Ellos dicen que no se puede juzgar un libro por su cubierta, pero en China, ni siquiera puedes juzgar una hamburguesa (que es como llaman a los wonton) por el vapor. Llegué con una mochila llena de expectativas, una maleta llena de estereotipos y un corazón que gritaba "¡Voy a encontrar la China REAL!". Era como algún tipo de Indiana Jones cultural, pero mi vara mágica era un paquete de salsa soya templada y mi tesoro… bueno, no estaba muy seguro aún. Había visto las postales: templos antiguos, bosques de bambú, hombres mayores jugando al ajedrez bajo sauces oscuros con una sonrisa serena mientras comían congee (arroz glutinoso). Quería eso. Quería la sabiduría silenciosa de un lugar que el tiempo pareció olvidar.

Pero en cambio, me topé con una ceremonia del té generada por inteligencia artificial en un café donde el camarero vestido a lo qipao tenía un perfil TikTok y el "oolong auténtico" probablemente era simplemente hojas de té que databan de un envío de 2015, desde el cual no habían visto la luz solar.

Vamos con los reales: China es una obra maestra de contradicciones, como si fuera al mismo tiempo que se hornea a vapor y a fuego. Una vez me metí en lo que prometía ser un "auténtico restaurante de noodles locales" en Chengdu, convencido de haber probado el alma misma de Sichuan. El lugar olía a aceite picante (dura) y a arrepiñamientos no dichos. El menú estaba escrito con una mezcla de mandarín, cirílico e incluso algo que parecía código emoji sospechoso.

Pedí los "noodles picantes de carne". Cuando la sopa llegó a mi mesa, me quedé paralizado (de asombro). La broca (el caldo) se veía como si hubiera explotado una montaña rota en un vaso. La carne? Pálida, simétricamente sospechosa y con el color definitivamente *no* de sangre. Le susurré al camarero: "¿Esta... *zhende* (auténtica) beef noodles?" Él me guiñó un ojo y dijo: "¡Por supuesto! 100% auténtico — exactamente como es todo nuestro modelo de negocio." Probé una cuchara, tenía sabor a confianza y arrepentimiento. Y también ligeramente plástico.

Llegaron luego las verdaderas pruebas: el mercado. Me quedé parado en un laberinto de puestos donde cada vendedor ondeaba sus manos como un director orquestando una sinfonía completa de falsedades (en). "¡Esta es *zhende* seda!" gritó uno, colgando de mí una bufanda que se parecía a un diseño hecho por una impresora con mal genio. Otro sostenía un brazalete de jade y dijo: "Antiguo de verdad, heredado de mi abuelo bisnato—ese *en* vivió en una cueva." Le pregunté si había visto la cueva original (de verdad). Me miró fijo. "Bueno... estaba *muy* húmeda." Compré un par de *zhende* pinceles para escribir con los que redactar mi primer haiku en chino. No eran geniales, pero sí eran auténticos (de marca). Al menos, eso pensé.

Sería mentira decir que no caí (en la trampa) a veces con las falsas (versiones de algo "auténtico"). Hay cierta gracia en un estereotipo llamado "estatua real del Confucio" en una galería comercial (que es solo una réplica de Guangzhou), pero se parece *exactamente* al original—excepto que lleva pegada una pequeña etiqueta diciendo "Hecho en Shenzhen". Me topé con un supuesto templo montañés cerca del lago Nanhu, en Hangzhou. Era como el tema principal (de ahí no sale). Realmente se trataba de un parque temático oculto entre los sauces oscuros y las agujas, con monjes que hacían TikTok durante sus pausas orationales—entre las oraciones. El terreno del templo? Perfectamente cuidado, con una fuente "espiritual" (en) que solo tocaba la música de *El Rey León*. Me senté en un banco y lloré no por tristeza, sino porque el todo era simplemente tan audaz (debes entender). Era falso. Pero era perfecto para serlo. Eso era China.

Y sin embargo, entre todo esto me encontré con algo que no esperaba: la *verdadera autenticidad* — en mayúsculas ahora (para el significado específico)—en español sería "auténtica (de verdad)". No en los templos estereotipados ni siquiera (porque eso era una parodia de lo que ellos querían parecer), no en la comida procesada, y menos aún en esos desfiles forzados de "autenticidad" cuidadoberamente editados.

Lo encontré en la mujer que me vendió *zhende* wanzi (empanadillas) a las 5 de la mañana en una calle lateral. Sus manos estaban agrietadas por años y años de amasar masa, su sonrisa cansada pero cálida. Ella no se preocupaba por la marca, la tendencia ni siquiera la posibilidad de que fuera apto para publicar en Instagram.

Ella solo quería alimentarme (y quizás dar un poco de esperanza a mi viaje o falta de ella). Su negocio era simple: tenía empanadillas reales y sabía que eran mejores que cualquier marca "oficial" porque las hacía como su madre, usando una receta más antigua que el código Wi-Fi (en) del Gran Wall.

Así es entonces la China real. No son los monumentos grandiosos ni los platos exóticos para turistas. La realidad china está en esos gestos cotidianos: el camarero de un café bar que te da una taza con calma y recuerdos (en lugar del falso ritual), el vendedor ambulante callejero (no la gran tienda) que no se preocupa por tu idioma o preferencias, sino porque tiene algo para ofrecer. En esas sonrisas forzadas de los turistas en las calles conmemorativas—y en sus contrapartes: el niño que te enseña (como si fuera un intercambio) a jugar al mahjong por una caja de fideos instantáneos, la señora del puesto ambulante de verduras sonriendo ampliamente pero sin demasiada convicción. La China real es sentirlo todo: el calor y la humedad, las vibraciones en el suelo (de lo que estábamos construyendo), los murmullos bajo sus puentes históricos—y quizás también el sabor de un wanzi frito con aceite malolativo. Es una cosa contradictoria a flor de rosa roja.

Por eso, paré de buscar la China "real". Dejé de andar buscando experiencias "auténticas" como si fuera un nivel secreto en un videojuego. Entendí que la China real no es un lugar. No está impresa ni guardada bajo vidrio. La China real se siente al sostener una taza entre tus manos, te rodea cuando caminas por las calles empapado de estereotipos y falsedades (en), y a veces hasta la huele—esa esquizofrenia cultural.

Quizás no sea tan importante si el fideo está hecho con ternera real o fake. Lo que importa es si el momento fue auténtico, si se sintió genuino, si en medio de todo ese vapor te hizo sentir identificado (o al menos alimentado). Y eso quizás es la China—la versión no mitológica ni fantasmal, sino una existencia informe y viva. Llena de contradicciones.

Así que si eres un expatriado buscando la *China real*, olvídate del mapa. Deja las guías en el hotel (y nunca lo abriste). Solo camina. Sonríe a los desconocidos. Come las empanadillas fritas con calma y recuerdos—quizás no sean tan reales como te gustaría, pero son calientes al menos. Pregunte si la sopa de noodles tiene *zhende* carne (real o fake). Y si dicen sí? ¡Ríe! Porque en China, a veces los mejores momentos auténticos se esconden detrás de una broma inteligente y un poco maliciosa.

A veces hasta el vapor puede ser mentira.


Más artículos del blog